Tengo la
corazonada que hoy va a ser un buen día. Levantarse a las 6 de la mañana igual
no es una de las mejores maneras de empezar un lunes, pero el Camino nos espera
y además, ¡está nublado! ¿Qué más se puede pedir?
Comenzamos a
abandonar Nájera por una pista cruzando el arroyo de Pozuelos. Al llegar a
Azofra, en la vega del rio Tuerto, lo primero es desayunar que, si no, las
piernas se declaran en huelga y no quieren andar. El bar El descanso del
Peregrino cumple todos nuestros requisitos: es el primero y tiene terraza, así
de sencillos somos. Unas tostadas y un
café con leche, bueno, en mi caso dos, que me cuesta más despertar. Sentados
allí nos volvemos a encontrar con Victoria, la sevillana del grito. Ella decide
probar suerte en el siguiente bar y tengo que decir que nosotros tuvimos más
tino. Los establecimientos están todavía desperezándose después del cierre por
el confinamiento y aún no están preparados para recibir peregrinos que llegan
en un ligero goteo.
Levantamos los
culos y a seguir caminando. Encontramos uno de los varios rollos
jurisdiccionales que nos irán saliendo al paso. En este caso, una picota del
S.XVI donde se exponían las cabezas de los ajusticiados, cerca del Cerro de los
templarios.
Pasamos de la
vid al cereal.
Tras un repecho, llegamos a un área de descanso ideal para
peregrinos cansados. Y nosotros le hacemos aprecio. La sevillana llega un poco después,
y tras un breve descanso se ira con dos peregrinas más en busca del bar del
Campo de Golf, que pronto se mostrará en el Camino. Nosotros decidimos entrar a
Cirueña, y desde luego, todo un acierto.
Paramos en el
Bar Jacobeo, donde nos atiende amablemente una chica que nos ofrece lo que
tiene en el momento. Solo le queda un pincho de tortilla y un mini bocata.
Nosotros, para completar, añadimos algún aderezo más. Pero, oh, sorpresa; es la
mejor tortilla de patata que hemos probado desde hace tiempo. Cuando estamos degustando entre los dos ese
suculento bocado, aparece de nuevo la camarera con otro nuevo pincho de una
tortilla recién hecha que ha deducido, muy bien, nos sentaría a las mil
maravillas. Encima, de regaliz, como dicen en mi pueblo.
Con pereza,
mucha pereza, pero con ganas de llegar, continuamos. Desde la llanura regada
por el rio Oja se ve Santo Domingo, siempre recto.
¿Otra vez?
Rediez, ¿es que todos los albergues los pillamos a la salida del pueblo? ¿O es
que las ganas de ducharnos hacen que las distancias se acrecienten? Pero todo
se olvida tras una ducha y una buena siesta en la pensión Miguel.
Visita más que
obligada a la Catedral y degustación de los ahorcaditos, dulce típico. Tras
conocer al gallo y la gallina, un paseo por las cercanías, compramos la cena y…
unas plantillas que harán maravillas.
Donde la gallina cantó después de asada.
Llegó a Santo
Domingo una pareja con su hijo de 18 años y se quedó en un mesón donde
trabajaba una chica que enseguida se enamoró del joven. Cuando no le
correspondió, ella como venganza le escondió una copa de plata en el equipaje.
Cuando la familia partió, la chica lo denunció ante el gobernador. Como el robo
estaba castigado con la muerte, el joven fue a la horca. Los padres, al
despedirse del cuerpo, Santo Domingo les dijo que su hijo estaba vivo. La
pareja fue corriendo a decírselo al Gobernador, quien respondió que el joven
estaba tan vivo como el gallo y la gallina que se iba a comer. Las aves, en ese
momento, recobraron la vida de inmediato.
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