Un poco perezosos nos hemos levantado
hoy. Serán efectos secundarios de los vinos de ayer. Son las 7.30 cuando desperezamos
nuestros cuerpos y, con la mochila a la espalda y una magdalena cortesía del
albergue, empezamos el caminar por las calles de Logroño.
Nos enfrentamos con unas de las
etapas más largas del Camino. Cuesta salir de Logroño, aunque el parque de la
Grajera hace más agradable este quehacer. Muy animado y concurrido por especímenes
de todas las especies runners, paseantes, ciclistas y algún que otro peregrino.
Cómodamente llegamos hasta el embalse
del mismo nombre, construido en 1883 sobre una laguna. El entorno es
encantador, ¡que gran tesoro tienen en Logroño con este rincón!
Aquí me permito contar un poco de su historia.
Tras una epidemia, fue desmantelado y sus piezas más singulares sirvieron para
cercar el cementerio de Navarrete que encontraremos a la salida de la población.
En el pueblo realizamos
una parada más que intensa. Recordad que solo tenemos en nuestros estómagos una simple magdalena, así
que empezamos a buscar con ansia un bar. Encontramos un lugar
muy bien situado, con una bonita y sombreada terraza. Un plato con
huevos, patatas, chistorra y bacón regados con unas jarras de un delicioso
tamaño.
Cuando termina con su ración, permitimos a JF que se levante y corretee. |
Perezosos, continuamos
por sus calles, hasta abandonar la población. Pero no llegamos muy lejos. Con
el estómago en semejantes condiciones, decidimos tumbarnos en una buena sombra
delante del cementerio y así poder observar la puerta con sus arcadas del
peregrino y los dos ventanales anexos a esta.
Por una pista paralela a la autovía,
continuamos hasta un desvío donde tenemos que elegir entre ir a Sotés o seguir
de frente. Nosotros ya llevamos bastante kilometraje y no deseamos ampliarlo
más. El calor del día esta aplanándonos poco a poco, así que seguimos
caminando.
Nos acercamos a Ventosa, donde nos
recibe la iniciativa “1 km. de Arte”. Estas pequeñas obras hacen más llevadera
estas horas centrales del día.
No llegamos a callejear por la
población. Eso sí, tenemos unos de los muchos momentos a recordar de este
Camino. Aquejados por la sed, paramos en el café Buen Camino a tomar unas Coca-Colas. Frase a frase, empezamos una animada charla con un lugareño. Poco
después, un amigo de este se une y empezamos a “arreglar el mundo”. La verdad
es que estábamos muy a gusto. Cuando la charla es amena, da pena tener que
finalizarla. Incluso ellos empezaron a dar razones para que no marcháramos, que continuáramos un rato
más con ellos. Nos tentaron pero no
podía ser, teníamos todavía 10 kilómetros por delante hasta llegar a Nájera.
Con agradecimiento hacia la compañía, partimos a seguir con nuestro acólito, el
sol.
Cansados ya, perdemos las flechas a
seguir y no sabemos cuándo, un desvío se nos escapa. Pero enseguida volvemos al
buen camino gracias a San Google. Encontramos un guardaviñas, construcción circular
que servía de refugio para los agricultores.
Entramos ya a Nájera, reventados. Y
parece que nuestro albergue esta en la otra punta del pueblo, y que cada vez lo
alejan más. Al fin llegamos al Nido de Cigüeña, la verdad es que el nombre me enamora. Poco podemos decir del pueblo y del albergue en sí, puesto que el
cansancio hace mella en nosotros y nos quedamos ya en la habitación una vez
tomada una reparadora ducha.
Con bienvenidas así, uno se siente como en casa. |
Historia y leyenda de la Orden de la
Jarra o de la Terraza.
Cuenta una leyenda que, allá por el
año 1044 después de Cristo, García Sánchez III, Rey de Nájera-Pamplona, Álava y
parte del condado de Castilla, salió de caza con su halcón. Entre los árboles,
algo atrajo su atención, el vuelo raudo de una perdiz. De inmediato, soltó su rapaz, que comenzó a
perseguir a su presa. Esta, viéndose en peligro, se refugió entre unas rocas y
hacia allí se lanzó el halcón.
Tras un rato, al no aparecer ninguna
de las dos aves, el monarca, intrigado, se
aproximó. Aparto la maleza con su espada y descubrió una galería. Avanzó y, de repente, un resplandor le
sorprendió. La escena que descubrió en
la galería le hizo postrarse: sobre un altar tosco, iluminado con una luz, relucía
la talla de una Virgen. Junto a ella, descansaba
una jarra de azucenas… y paradas frente a la imagen, las dos aves en perfecta
armonía.
Decidió construir allí un monasterio
y creo la Orden de la Jarra o de la Terraza, la primera y más antigua
institución caballeresca de España.
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