Hoy, veinte kilómetros es
más que suficiente. Intentando escapar
de la ciudad y del calor de un camino sin sombra, madrugamos con mayúsculas.
Son las cinco cuando nuestro despertador nos zarandea para que despertemos.
Por la puerta de San Martín,
abandonamos Burgos, cruzando el río Arlazón y siguiendo su margen. Tras salvar
el arroyo Molinar, llegamos a Tardajos.
Aquí tomamos un frugal
desayuno, lo justo para cargar pilas y retomar el camino.
Atravesando el pueblo por la
calle Mediodía, pasamos por el rio Urbel, muy dado a desbordarse.
«De Rabé a Tardajos
No te faltarán trabajos.
De Tardajos a Rabé
Liberanos Domine.»
Continuamos por las calles de
Rabé de las Calzadas.
Un lugar más que indicado
para desayunar. Es un acierto detenernos allí, y el dueño del bar, todo un
personaje, pero de los buenos. Aquí nos reencontramos con Dani, peregrino con
quien tuvimos una primera toma de contacto en Burgos, comiendo en el mismo
restaurante.
A partir de ahora, nos espera la meseta castellana, así
que comprobamos el suministro de agua de nuestras botellas.
Aunque la etapa de hoy no es muy
costosa, al llegar al alto que da acceso al valle hacemos un descanso. Además
es una sorpresa descubrir las vistas desde este lugar.
Ya con Hornillos del Camino a la
vista, descendemos con cuidado por la cuesta Matamulos. Me encantan estos
lugares de España y sus pintorescos nombres.
Punto final de la etapa de hoy.
Pueblo calle, en la que tenemos la alegría de encontrar nuestro albergue al
comienzo de la misma.
Y como no, procedemos a nuestro
ritual: ducha, descanso y escritura del diario. Cuando sentimos rugir nuestros
estómagos, escapamos a la calle en busca de nuestra vianda, compuesta por
huevos fritos con patatas y morcilla. Todo ello acompañado con unas cervecitas junto
al peregrino valenciano, con quien quedamos para la misa de la bendición del
peregrino. Nunca está de más estar a buenas con el Señor -con mayúscula o sin
ella, elija el lector-. Pero eso es más tarde, tras una breve siesta.
Cuando regresamos al albergue
descubrimos que tenemos compañía en la habitación, un motivo de alegría hasta
que…
Comenzamos a disfrutar de una
amenizada siesta con los sonidos típicos del whatsapp… en fin, ¡qué se le va a
hacer! Tiene que haber de todo en la viña del Señor… pero, ¿tan difícil es silenciar
el móvil? Bueno, que somos nosotros los raros, decidlo así, aunque por la noche se
demuestra lo contrario.
Al final, el cansancio puede con
nosotros y conseguimos dormir un rato. Pero tenemos una cita con la iglesia de
San Román y allí nos dirigimos. Dani se nos ha adelantado y tiene curiosidades -más
bien cotilleos- que contarnos.
Se ve que esta bonita iglesia
cuenta con un monaguillo un tanto peculiar. Un italiano que se hallaba haciendo
el Camino y, al día siguiente de pernoctar en Hornillos, tuvo un percance en la
pierna. En resumen, volvió al pueblo y supo que allí se encontraba su lugar. Esta
es la historia a grandes rasgos de este curioso personaje, quien sintió «la
llamada» justo el día de su cumpleaños.
Y llega la hora de entrar. Los
tres conservábamos la esperanza de que más peregrinos, o incluso lugareños, nos
acompañaran dentro del templo. Pero nada, allí estábamos Dani, Miguel y yo
junto al cura y el monaguillo -muy crecido él-.
Admito que ninguno de los tres estábamos
muy puestos en la oratoria propia de una misa y que no había más voces donde
esconder las nuestras, así que la misa estaba resultando un poco surrealista.
Llegado el momento de la
bendición del peregrino, la piel se eriza de la emoción. Tras leer una de las
cuartillas que se nos ofrece, en castellano, giramos y llega el momento de
entonar el “Ultreia”. Ninguno emula a un tenor, pero el resultado es aceptable.
Cuando ya, junto al altar, estamos
manteniendo una distendida charla, ocurre. Hace su aparición en escena Marco.
Se introduce en la iglesia y entra en nuestro Camino. No voy a relatar lo siguiente:
momentos más que emotivos que forman parte de la intimidad de este italiano de
dos metros. Lo que sí puedo decir es que sentimos su pasión, su sentimiento y
que, a partir de entonces, hubo dos nombres más que añadir a nuestro diario:
Dani y Marco.
Os recuerdo que el monaguillo es
de la misma nacionalidad que éste último visitante, así que los demás
abandonamos la iglesia y los dejamos hablando en la lengua de Dante.
Los tres, aún emocionados por lo
ocurrido, hablamos de ello mientras paseamos por Hornillos -corto paseo-, en
busca de un bar del que nos han hablado.
Allí, junto con la hospitalera
del alberque municipal y unas rondas de cerveza, disfrutamos con la compañía. A
las diez, vuelta para el albergue que mañana el toque de diana es también tempranero.
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