Momentos antes de que suene
el despertador -el muy malvado está puesto a las 5.30 am-, hace su presencia
una fuerte tormenta. Decidimos desayunar con tranquilidad y esperar que pase.
Por fin, a las siete,
arrancamos. Ha dejado de llover y la mañana está fresquita así que, ideal para
caminar. No somos los únicos que gozamos del Camino con estas temperaturas;
criaturas del campo burgalés aprovechan el frescor para salir a pasear y
saludarnos.
Nos encontramos con la cruz
de Santiago y, un kilómetro después, a nuestra izquierda, el albergue de Arroyo
de San Bol. No nos acercamos, desde lejos se puede ver que está cerrado,
consecuencias de estos tiempos de Covid.
De repente: ¡Hontanas!
Pueblo que aparece por sorpresa ante nosotros y nos ofrece, a nuestro paso,
hermosas casas y acogedores rincones.
Entramos en la iglesia, abierta de par en par para su visita, y nos
hacemos con un sello más para nuestra credencial.
En la calle principal de
este pueblo, pegadas a la pared para dejar pasar a los vehículos, unas mesas en
el albergue municipal nos ofrecen la posibilidad de un almuerzo reparador. Mientras
estamos en estos menesteres, aparece de nuevo Dani que realiza el mismo ritual
que nosotros.
En este albergue nos
informan que ahora tendremos que dejar de lado la senda del Camino y tomar por
la carretera. El motivo: se encuentra hasta arriba de matorrales crecidos gracias
al no paso de los peregrinos. Al final, resulta que está equivocado y en ningún
momento nos vemos en la necesidad de abandonar el camino.
Durante un rato continuamos
de amena charla con Dani, pero pronto nos separamos. La etapa hay que hacerla cada
uno a su marcha, con sus pensamientos y sus fuerzas. Al final del día, más
alegre será el reencuentro.
Por fin vemos asomar las
ruinas del convento de San Antón. Es tanto lo que he leído del lugar, tantas
las fotos que he visto… que desde el día que arranqué deseaba este momento.
Fundado en 1146, los monjes
antonianos trataban a los enfermos del fuego de San Antón, o ergotismo. Provocado
por un hogo, el cornezuelo, del que estaba contaminado el pan de centeno. En
este convento, con hierbas, pócimas y, sobre todo, alimentándose con pan de
trigo, intentaban sanar a los que hasta allí llegaban.
Mientras, los peregrinos
que pasaban por este lugar aceleraban el paso, intentando huir de este horror.
Para este menester -que estuvieran el menor tiempo posible en este lugar-, se
habilitaron dos hornacinas donde los monjes depositaban alimentos para los caminantes.
Perfecta mañana que acaba
llegando a Castrojeriz, al albergue A Cien Leguas, donde tenemos la reserva. Buen
lugar donde, tras la ducha, comemos y subimos a nuestros aposentos a dormir una
merecida siesta.
Cargadas las pilas, salimos
a pasear por una de las calles peatonales más llamativas del Camino debido a su
longitud y por la belleza de lo que encuentras paso a paso.
Vuelta al bar del albergue donde,
relajados en su terraza, vemos como la lluvia hace aparición delante de
nosotros y deja como rastro un bello arco iris.
Llegadas las diez de la
noche nuestros ojos empiezan a cerrarse y subimos a la habitación. Con esta
acción queda clausurada nuestra primera semana de Camino.
De Torres del Río a
Castrojeriz, unos 180 kilómetros a las mochilas, no está nada mal.
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