Olivan Berbusa Ainielle Susin Olivan
Día
a día, en efecto, a partir de aquella noche junto al río, la lluvia
ha ido anegando mi memoria y tiñendo mi mirada de amarillo. No sólo
mi mirada. Las montañas también. Y las casas. Y el cielo. Y los
recuerdos que, de ellos, aún siguen suspendidos. Lentamente, al
principio, y, luego ya, al ritmo en que los días pasaban por mi
vida, todo a mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la
mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un
simple espejo de mí mismo.
Primero
fue la hierba, el musgo de las casas y del río. Luego, el perfil del
cielo. Más tarde, las pizarras y las nubes. Los árboles, el agua,
la nieve, las aliagas, hasta la propia tierra fue cambiando poco a
poco el color negro de su entraña por el de las manzanas corrompidas
de Sabina. Al principio, yo creía que aquello era sólo un delirio,
una ilusión fugaz de mi mirada y de mi espíritu que se iría de
nuevo igual que había venido. Pero aquella ilusión siguió conmigo.
Cada vez más precisa. Cada vez más real y más firme. Hasta que,
una mañana, al levantarme y abrir la ventana, vi las casas del
pueblo completamente ya teñidas de amarillo
En
muchas ocasiones he oído nombrar esta ruta, bautizada como “La
Senda Amarilla” en honor al libro de Julio Llamazares, “La lluvia
amarilla”. Y por fin, he tenido la oportunidad. Eso sí, no quería
dar un paso sin leer el libro antes. Por lo que la semana anterior a
la ruta, me dedique a su lectura. Y tuve dos placeres, el disfrute
del libro y el gusto de conocer luego en persona los lugares en él
descritos.
Y
tras recomendaros sumergiros en sus paginas, empecemos a caminar por
la senda.
Punto
de partida: Olivan. Con dos opciones, sendero o pista. Nosotros
elegimos la última.
Aparcamos
junto a la iglesia. Paseando por las calles de este pueblo, salimos
de él, dirección al rio.
Siguiendo
la pista, nos encontraremos con una barrera, aunque hoy esta abierta.
Más adelante, un desvío en el camino nos dirigirá a Berbusa,
primer pueblo de la ruta.
Tenemos
que pasar el barranco de Olivan. Aquí esta la única dificultad de
la jornada, cruzar el rio. Si baja poco caudal, vale, pero hoy no es
el caso, así que nos toca ingeniarnos un puente. Buscando rocas en
los alrededores, podemos alcanzar un árbol caído que nos facilita
alcanzar la otra orilla. El día no esta para bañarse. Y tras esta
pequeña aventura proseguimos la marcha.
En
un rato empezará a aparecer Berbusa, mejor conservado que Ainielle.
Paseamos
por sus “calles”, nos adentramos por el interior de las paredes
que antaño fueron casas, y mientras intentamos no ser atrapados por
las zarzas, caminamos para nuestro siguiente destino.
Sin
perdida, continuamos. Ahora tardaremos más en alcanzar el próximo
pueblo. El camino se adentra en el Sobrepuerto, y junto a nosotros,
camina Andrés, protagonista de la novela. Encontraremos una pequeña
cascada con una poza a sus pies en un rincón de ensueño. Una
parada, una serie de fotografiás y proseguimos.
Paredes
de rocas empiezan a aparecer. Y a nuestra derecha, entre los arboles,
si prestamos atención, vemos asomar algunas de las casas de Ainielle. Sabemos que poco queda ya y justo entonces, la nieve hace
su aparición en el suelo. Blancas alfombras nos conducen tras una
amplia curva hasta el pueblo donde pasaron sus últimos días Andrés,
Sabina y la perra.
Que
sensación siento al pasear por estas calles. Parece que Andrés se
haya escondido tras vernos llegar, como hacia cuando veía acercarse
a alguien.
Aquí
esta nuestra parada principal. Nuestro grupo se adentra por los
restos peleando con la maleza, mientras yo les hablo (o les atonto la
cabeza según se mire) con el relato de la historia de Llamazares.
Quiero
llegar al molino, y aunque la bajada es interesante, sabemos que
luego la vuelta nos pesará. Pero la verdad, no nos lo pensamos dos
veces.
Tras
la fatigosa ascensión, buscamos un lugar para el avituallamiento de
la comida.
Con
pena, tenemos que proseguir. Siguiente destino, Susín. Volveremos
un tramo sobre nuestros pasos, hasta el desvío, que nos conducirá a
una pista.
En
Susín, el panorama cambia. Hay casas en perfecto estado de
conservación ya que en temporadas son habitadas. Además, en ese
momento, están llenas de vida, por lo que parece, es el momento de
relax de cazadores, que están cogiendo fuerzas.
Mención
especial a su iglesia, que hace que nos detengamos un largo rato,
para contemplarla desde fuera, y sin faltar un amplio vistazo a su
interior.
Poco
queda ya de camino. Abajo, podemos ver asomar ya a Olivan. Tras
acercanos a la ermita, desde allí emprendemos la vuelta.
En
poco más de media hora, ya estamos en nuestro vehículo. Un día
genial, como no, tanto por el entorno del Sobrepuerto, como por los
pueblos visitados, pero sobre todo, por los compañeros de camino,
que son los que ponen la guinda a la jornada.
Como
colofón final a mi experiencia de la “Senda Amarilla”, la
lectura de otro libro, “Ainielle. La memoria amarilla”, de
Enrique Satué. En este caso ya no es ficción, sino la verdadera
historia del abandono.
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