Sábado,
las previsiones son bastante buenas, aunque algo de nieve se prevee,
pero nada de temporal, así que nos decidimos por hacer algo de
raquetas.
Unos
amigos nos proponen una ruta, y reconozco que no había oído hablar
nunca del lugar. Un punto más a favor de elegir esa opción. Además,
hoy tengo la ocasión de volver a adentrarme en la montaña con la
persona que me acompaño en mis primeros pasos en este mundo. Un
gran conocedor del Pirineo, de Guara y de muchos rincones.
No
me lo pienso más y me dejo llevar. Nuestro coche arranca de
Zaragoza, con dos breves paradas en Huesca y Sabiñanigo para recoger
a los otros dos integrantes de la “expedición” de hoy.
Nos
dirigimos a Panticosa, siguiendo la carretera que lleva al Balneario,
pero pasado unos cuatro kilómetros, tomamos un desvío a la derecha.
En este punto existe un área donde podemos aparcar y prepararnos
para el camino. Aun no nos colocamos las raquetas, puesto que en la
pista aun no hay nieve suficiente.
Comenzamos
a andar, pasando una barrera que impide el acceso de vehículos.
El
día promete, y aunque el sol no hace acto de presencia, la
temperatura es muy buena y no hay nada del aire que hemos dejado en
Zaragoza.
Caminando
por la pista, vamos encontrando bonitos rincones y podemos ir viendo,
delante nuestro, el paisaje de montañas y nieve que el valle nos
depara.
Al
llegar a un puente, desconozco si sobre el rio Bolática o Ripera,
existe ya suficiente nieve para poder calzarnos las raquetas.
Así
que pertrechados ya con ellas, continuamos, siempre en una ligera y
llevadera ascensión, adentrándonos poco a poco en el Valle de la
Ripera.
Sarrios
observándonos.
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A
nuestra izquierda vemos las altas montañas mostrándonos sus tonos
grises, mientras que los macizos de nuestra derecha, están casi
completamente cubiertos con un manto blanco.
Pasamos
por dos refugios, el de Ripera y el de Cantal, y por dos pequeñas
fuentes, A Forica y A Ripera.
Ya
la nieve nos rodea y no solo eso, nos cubre. Ya que desde casi el
comienzo de la caminata, una pequeña “lluvia” de copos ha hecho
acto de presencia sobre nosotros. Y poco a poco se intensifica, sin
que en ningún momento desmejore nuestra jornada.
Al
contrario, su caricia sobre nosotros, y el caer hipnótico, hace que
el día sea ya absolutamente inmejorable.
Caminamos
hasta que nuestro reloj, y nuestro sentido común hace que decidamos
dar la vuelta. Pero la verdad es que hay pocas ganas, seguiríamos
caminando y caminando.
Por
lo tanto, esta ruta volverá a estar bajo nuestros pies, incluso en
otra estación del año.
Además,
hemos conocido a un buen amante de la montaña, el “niño” de
nuestra expedición, que compartió con nosotros, los yayos del
pirineo, un buen día y una grata charla.
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